Los henequenes o piteras se encuentran igual de bien adaptadas, al paisaje majorero, que las tuneras.
Estas plantas alóctonas son visibles y reconocibles a la legua. Sus descomunales inflorescencias, de más de 15 metros de altura, se alzan sobre el horizonte, creando un peculiar paisaje, que, a veces, se nos antoja sobrecogedor. Pasear por un piteral con sus mástiles, unos erguidos y la mayoría caídos, es como atravesar los restos de un antiguo campo de batalla. O mejor aún, como si el cuadro de la Rendición de Breda hubiera cobrado vida y los lanceros, apresurados, hubieran salido a la carrera, dejando allí sus pertrechos.
¿De dónde procede el henequén?
La pitera, es una especie nativa de America Central, concretamente de Méjico. Llegó a la península tras las primeras expediciones de Colón al “Nuevo Mundo”.
La pitera pertenece al género de las agaves. Se desarrolla bien en suelos muy bien drenados y soleados, siempre próximos a la costa.
Su tronco, que puede llegar a medir casi 2 metros de diámetro, posee hojas dispuestas en densas rosetas. Las hojas son lanceoladas de color verde grisáceo terminadas en punta a modo de “pitón. De la roseta sale un alto tallo que puede llegar a los 10-12 metros de altura. Este tronco, es, en realidad, una inflorescencia, que alberga en lo más alto un ramillete de flores de color amarillo verdoso.
Florece una vez en su vida, entre los meses de julio y septiembre, y lo hace más o menos a los diez años de edad. Tras la floración, la planta muere. Su fruto es una cápsula alargada que produce gran cantidad de semillas planas de color negro.
Debido al porte y su visibilidad desde la lejanía, la pita, se utilizaba para crear las demarcaciones de las lindes de caminos y heredades. No es hasta mediados del siglo XIX cuando comienza a tomar su protagonismo y a plantarse de manera extensiva.
¿Para qué se cultivaban las piteras?
Las pitas proporcionan abundantes fibras celulósicas, que una vez tratadas, dan como resultado la celulosa pura. Esta celulosa se manufactura por diversos procedimientos, obteniendo de ella la viscosa, que, estirada en hilos finísimos, se convierte en hilo de seda artificial o rayón, de gran tenacidad.
Esta planta llegó a Fuerteventura de manera intencionada, a finales del siglo XIX. Se utilizó como planta textil para obtener fibras bastas con las que hacer maromas de barcos, hamacas, alfombras, tapetes, etc. También se mezclaba con otras fibras textiles, como era el esparto, el algodón, e incluso la seda.
Pero no solo era usada para la manufacturación de textiles. Según el periódico majorero La Aurora, de 1903, el pitón seco se utilizaba, entre otras cosas, para suavizar las hojas de las navajas de afeitar, como flotador o boya para las personas que aprendían a nadar, o para fabricar las techumbres de casas y cobertizos.
Las piteras también se empleaban para alimentar al ganado caprino, quitando previamente las puntas a las hojas y partiéndolas en pequeños trozos, de varios centímetros.
¿Cuándo llegaron las piteras a Fuerteventura?
Casi todo el hilo de sisal, como se llamaba a la fibra sacada de las piteras, era importado desde Méjico. Fue una industria muy rentable llegándose a denominar “Oro verde del Yucatán”. El precio de las fibras de pitas se multiplicó por 20 en tan solo 3 años, a finales del siglo XIX.
La alta rentabilidad de la industria henequenera unida a la incipiente pérdida de las colonias españolas, originó el interés por el cultivo de la pitera en nuestro país.
A principios del siglo XX, en la mayoría de los municipios de Fuerteventura, ya había plantaciones de piteras. Se trajeron tanto de las Islas Bahamas como de la región del Yucatán.
En un artículo del rotativo La Aurora, de 1904, podemos leer:
Posee Pájara condiciones envidiables para toda clase de árboles. Lo mismo tiene terreno llano que accidentado y montañosa. Igual se cria el Tarajal y la Pitera, que la Palma, la Higuera y el Almendro.
Durante la primera década del siglo XX se desarrollaron varias investigaciones agronómicas, en Fuerteventura, relacionadas con el cultivo del algodón y de la pitera. Los estudios de Juan Péñate y Jorge V. Pérez de 1910 concluyeron diciendo que:
“… este cultivo y el de la pita, que también se desarrolla allí perfectamente, constituirán verdaderas fuentes de riqueza para aquella isla”.
En el mismo informe se condiciona el éxito de esta industria a la creación de carreteras. El alto coste que supuso el acarreo (a camello) de las piteras ya cortadas hacia los puertos, y los dobles fletes, dieron al traste, una vez más, con la creación de una industria que pudo hacer resurgir a Fuerteventura de una maltrecha economía.
A mediados del siglo XX, el bloqueo político y económico al que se enfrentaba España, provocado por la dictadura franquista, originó el intento de la autarquía de España, autoabasteciéndose con sus propios recursos. Dentro de esa autosuficiencia se encontraba la fabricación de fibras textiles. Se creó el Servicio de Fibras Duras del Ministerio de Agricultura, y varios centros de investigación agronómica.
El estado compró terrenos en diversos puntos del municipio de la Oliva y la isla de Lobos. En ellos plantó Agave sisalana, Agave fourcroydes y Agave americana.
Las instalaciones de la antigua fábrica de Fibras Duras, se levantaron a la entrada de Villaverde. Esta explotación industrial, única en el Archipiélago, estaba dedicada al tratamiento y comercialización de las hojas de henequén.
La planta, una vez cortada y limpia, se exportaba a diversos mercados peninsulares, en especial a Málaga, donde era empleada para la confección de cordelería y sogas. A mediados de los años cincuenta había en el municipio norteño dos viveros con dos millones de plantas de henequén que atendían a la enorme demanda de este producto. A ello se le sumaba las ayudas económicas para el fomento del cultivo donde se concedía el 100% para la explotación.
La explotación de la pitera fue un revulsivo económico, en Fuerteventura, hasta que las fibras artificiales acapararon el mercado desplazando a la industria del sisal al olvido.