Playa de Tarajalejo: Historia y arte de punta a punta

Tarajalejo: Tan pequeño como bello. Así es esta apacible localidad costera del municipio de Tuineje, al sur de Fuerteventura.

Aquí los cielos se tiñen de azules y la luz del Atlántico es clara. El mar se vive en cada rincón, en cada guijarro, en cada uno de sus vecinos. Se hace palpable, sobre todo, en su gastronomía, en aquella que todavía guarda la tradición de la cocina de aquí, de Fuerteventura.

Hace siglos, más de cuatro, que un grupo de pescadores se asentaron de forma permanente en este enclave, dando origen al acogedor pueblo de Tarajalejo.

Su bahía está protegida, a ambos lados, por altos escarpes rocosos. En el flanco izquierdo se haya un pequeño muelle, donde antaño no dejaban de entrar y salir barcos de mercancías. 

Durante los siglos XVII y XVIII el puerto de Tarajalejo, se convirtió en el cuarto muelle más importante de Fuerteventura y el segundo del sur de la isla. En él se embarcaban y desembarcaban pasajeros ilustres, así como todo tipo de productos, ya fuese ganado, grano, víveres o maderas. Ahora es el lugar ideal para guarecer las embarcaciones que vadean esta parte de la costa majorera. 

En el extremo opuesto, las olas rompen contra un pequeño acantilado coronado por una singular vivienda.

Entre los dos guardianes rocosos se extiende una hermosa playa semiurbana de fina arena negra, grava y bolos, que cuenta con 1370 metros de longitud y 45 metros de anchura media.

Las aguas de Tarajalejo son tranquilas aunque el viento, por esta zona, siempre está presente. La marea juega con la costa dando origen a arenales cambiantes y mágicos durante la bajamar. Arenas que desaparecerán horas más tarde, quedando una playa de pequeños guijarros.

La playa dispone de pasarelas de madera, varios puestos de salvamento y socorrismo, duchas, papeleras, sillas anfibias para personas de movilidad reducida, y otros servicios que te harán la estancia más cómoda. Además a escasos metros de la playa cuentas con bares, tiendas, hoteles, incluso un restaurante enclavado en la misma arena. ¡¡Todo un lujo!!.

Detrás de la playa hay un remozado paseo marítimo. Unas enormes y blancas letras corpóreas, con el nombre de la localidad, nos dan la bienvenida y nos invitan a descubrir el “MARESEUM”.

Avenida Marítima de Tarajalejo

El «MARESEUM» es un museo abierto, formado por un conjunto de cinco obras artísticas realizadas por autores de distintas nacionalidades, en torno a una misma temática; el mar y todo lo que este comprende e inspira. 

Las esculturas que están colocadas a lo largo de la Avenida Marítima fueron realizadas en noviembre de 2017, en el I Encuentro Internacional de Escultores de Tarajalejo, el FÔRMAR 2017.

“Pescador de Sueños” es la primera escultura que nos encontramos.  Sobre una roca de basalto se alza la figura de un pescador recogiendo sus redes. Esta obra del majorero Juan Miguel Cubas, está dedicada a todas aquellas personas que, de una u otra manera, hacen posible que se cumplan los sueños de otros.

Poco más adelante, y tras de haber pasado el puente de madera que salva el barranco del Cardón descubrimos la obra “Seahorse”, de Antonina Fathullina.

Un simpático caballito de mar, que mira al Atlántico y cuyo interior está cargado de piedras marinas, sirve a su autora para representar el símbolo del océano, un recordatorio de la importancia del equilibrio ecológico en la Tierra. Vívido ejemplo de la increíble belleza, sin límites, de la naturaleza.

Unos pasos más adelante es Ana Mamulashvili, de Georgia, quien nos invita con su obra “Ventana al infinito”, a observar el mar a través de una escultura llena de ondas, que simbolizan el movimiento continuo del agua; como si el océano nunca terminara.

 

Desde esta ventana el espectador puede contemplar el lugar donde se funden las olas con el horizonte.

Diez metros separan la escultura de Mamulashvili del siguiente punto de interés, y no es ninguna escultura. Es un punto de bookcrossing (intercambio de libros). Una pequeña caseta de madera, de no más de 30 centímetros de alto, elevada sobre un poste, nos brinda la oportunidad de pasar una tarde de playa leyendo alguna de las novelas que su interior acoge.

También puedes dejar, en este punto, libros o revistas, para que otros visitantes puedan disfrutar de la lectura a pie de mar.

Dejando atrás la casetilla nos tropezamos con un sireno: el “Ladrón de Perlas IV”. Cuenta la leyenda que este tipo de sirénidos ha ayudado, durante miles de años, a las Ama (mujeres del mar) japonesas en su tarea de recolección de perlas en la costa de Shima. 

Amancio González, autor de la escultura, quiere reconocer con esta obra el trabajo de la mujer en todos los oficios relacionados con el mar.

Frente al pétreo sireno, una pequeña charca llena de tarajales, uvillas de mar, matomoros, salados y otras plantas halófilas son el refugio de una variada avifauna. Zarapitos, garcetas, cigüeñuelas, espátulas, chorlitos, e incluso garzas reales se dan cita en este humedal de aguas salobres.

Al final del paseo está instalada la obra más grande de todas: Islas Canarias.

La escultura, obra de Jhon Gogaberishvili, está compuesta por siete piedras de basalto que simbolizan cada una de las islas principales del Archipiélago Canario.

Las piedras están comunicadas por elementos que, a modo de remos, nacen de una gran nave suspendida en el aire. Un barco cuyas velas tienen forma de un reloj de arena, similar a las montañas volcánicas, un medidor de tiempo que nos remonta al origen mismo del Archipiélago.

 

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